martes, 18 de diciembre de 2007

La colección y el fetiche (2)



El fetiche histórico vs. el objeto con valor histórico

Un objeto es un “...elemento del mundo exterior, fabricado por el hombre y que éste puede coger o manipular” (Moles, p. 32). Pero, ¿qué es un objeto con valor histórico? Se puede realizar una aproximación a este concepto, al señalar objetos producidos en el pasado, que por diversos motivos y de distinta manera (en muchos casos, gracias a la casualidad) sobreviven hasta el presente, y que pueden ser útiles para comprender procesos de históricos. De allí que se les asigne una valoración histórica, y que puedan considerarse documentos del pasado pues, de alguna manera, permiten describirlo y conocerlo, aunque sea de manera fragmentaria.

Cuando un botón de camisa pasa de ser un simple botón a ser un objeto guardado con celo por algún coleccionista, o más aún, a ser exhibido en un museo, no sólo ha ocurrido un obvio cambio de uso, sino que también ocurre un cambio en el valor intrínseco del objeto. La medida de este cambio de valor y la visión del curador (o conceptualizador de la exposición) que lo exhibe es lo que puede transformar al objeto de una interesante referencia histórica o muestra de un fenómeno cultural, en un fetiche colocado en una vitrina para ser admirado por los visitantes.
Es usual que la historia sea narrada por documentos. No sólo por documentos escritos en papel, sino también por los escritos en pergamino, en piedra o en materiales tan diversos como la madera, el lienzo o el metal. Esos materiales llevan a estudiar, además de las palabras dejadas por la mano del hombre, otra serie de señales o rastros que, interpretados por los arqueólogos, antropólogos e historiadores, proporcionan gran cantidad de información. Objetos como puntas de lanza, fragmentos de cerámica, piedras talladas, pinturas o construcciones antiguas, representan testimonios directos del pasado. El acercamiento a estos objetos debe partir de su función inicial, del por qué fue realizado:


“A toda forma de pensamiento o de actividad humanas no se le puede hacer preguntas acerca de su naturaleza u origen antes de haber identificado y analizado los fenómenos, y de haber descubierto en qué medida las relaciones que los unen bastan para explicarlos. Es imposible discutir sobre un objeto, reconstruir la historia que le dio nacimiento, sin saber primeramente lo que él es; dicho de otra manera, sin haber agotado el inventario de sus determinaciones internas...” (Levi Strauss, p. 13)


Por eso, para estudiar un objeto hay que revisar su historia particular. Cuál era su función, para qué fue realizado y, en lo posible, por quién fue realizado y para quién. Es determinante la relación del objeto con el sujeto que le dio un sentido: si hablamos de un botón interesa saber a quién perteneció, en qué país y en qué momento fue utilizado; después se puede revisar la historia del objeto hasta el presente (a quién fue legado, por cuántas manos pasó y en qué estado se encuentra actualmente). El itinerario de estas piezas no siempre va acompañado por documentos o testimonios que garanticen su autenticidad, por lo que a veces hay que recurrir a pinturas, fotografías o alguna imagen de la época que lo sitúe en contexto; también es posible comparar la pieza con otras que sí están documentadas.

Este trabajo de filigrana, en el que se deben atar los cabos con precisión, no es en vano. La descripción del objeto, por insignificante que éste sea, junto con el estudio exhaustivo de su soporte documental y la comparación con otras piezas de la época, puede ayudar a vislumbrar las costumbres de cierto momento histórico y permite vislumbrar una parte de la vida de algún personaje del pasado. También puede ser útil para describir procesos, al reflejar fracciones de los mismos. Una buena colección de piezas aparentemente cotidianas, organizadas en una exhibición adecuada pueden permitir visualizar aspectos culturales o sociales de cierto momento histórico.

Los objetos que ayudan a describir estos procesos pueden ser consumibles o no, y pueden haber sido realizados o no para la inmortalidad. Moles señala la diferencia entre ambos tipos de objetos, partiendo del uso cotidiano y del testimonial:

"...De ahora en adelante nos interesaremos principalmente por los objetos con pretensiones de durabilidad, sobre todo porque en ellos es más evidente la resistencia del objeto frente al sujeto (Gegenstände). El objeto consumible no ofrece al espíritu esa opacidad fenoménica, ese aspecto de estabilidad, de material de construcción del entorno que ofrecen la mesa, el teléfono o el transistor...” (Moles, p. 30)

Así, los objetos cotidianos del pasado tienen mucho que decir. Además tienen algo en su favor: no fueron realizados para dejar una imagen de la realidad manipulada para la posteridad. Son fuentes no testimoniales capaces de dar mucha información imparcial si son investigados adecuadamente.

Muchas de las colecciones de los museos de historia están formadas por objetos de uso cotidiano: muebles, piezas de ropa, correspondencia rutinaria, utensilios personales o del hogar. Hablan de la historia menuda, diaria, de cómo se vestían las personas de la época en cuestión, de qué elementos utilizaban a diario. Estas piezas, en muchos casos conservadas por el azar, ofrecen un vuelo rasante por aspectos del pasado que son difíciles de entender sólo con los documentos escritos, las cartas o, incluso las imágenes bidimensionales (pinturas, dibujos o fotografías) o tridimensionales (esculturas). Es muy diferente estar en presencia del objeto, verlo en su totalidad, cosa que no siempre puede hacerse con una representación visual o con una descripción escrita. Éstas pueden ayudar a inferir sus funciones, o posibilidades de uso, y a comprender su entorno, pero sin el objeto frente al investigador la información estará incompleta y será parcializada.


Hay otro tipo de objeto de interés histórico cuyo origen es muy distinto de los objetos de uso cotidiano. Es la pieza conmemorativa, testimonial, destinada a dejar una buena imagen del pasado: estelas o arcos del triunfo, coronas, medallas, botones de servicio y otras piezas similares. En este caso no son testigos imparciales de los hechos pasados, por el contrario, ensalzan a los hechos y a sus protagonistas y denigran a los derrotados. Aunque no sean objetivos, por lo general tienen un gran valor: mencionan fechas, sucesos y nombres; además la magnificencia del objeto y sus entretelones documentales (cartas, artículos de prensa, etc.) pueden hablar de lo apreciado (o no) que era el homenajeado en su momento.

Estos objetos con valor histórico, testimoniales o no, son revisados por los investigadores fuera del contexto original y, en algunos casos no se tiene mucho conocimiento de dicho contexto. Así, hay que reconocer que la sala de un museo de historia, con sus vitrinas, pedestales y pasillos no es el entorno natural de estas piezas. Es un entorno nuevo, que le quita a las piezas parte del valor intrínseco original y les añade otro: una silla no es más para sentarse, sino para observarla porque perteneció o se sentó en ella determinado personaje; un botón no entrará más nunca en un ojal, pues ya no servirá para vestirse; o una medalla conmemorativa no estará en el pecho de ningún general, sino en la vitrina de una sala de exhibición: pasará de ser un aspecto a admirar en el general, a ser admirada por ella misma.

Es allí donde los objetos con valor histórico ubicados en un museo pueden transformarse en fetiches. Entonces, las botas del Libertador dejan de ser una interesante muestra del calzado del período de la independencia, capaces no sólo de mostrar el material y el diseño con que se manufacturaba el calzado en la época, sino también de evidenciar el tamaño del pie de Simón Bolívar o lo gastado del calzado; incluso el diseño de un objeto de uso tan personal como éste, puede mostrar rasgos sutiles sobre la personalidad del que fue su dueño. Y no suele ser así, pues todos esos detalles se dejan de lado para que el visitante del museo se quede embelesado con el aura (como diría Walter Benjamin) del zapato: es el zapato de Bolívar y esa es razón suficiente para admirarlo. ¿Qué importa revisar el calzado que representaron en las pinturas sobre la época maestros posteriores o contemporáneos a Bolívar? ¿Qué interés puede tener comparar las visiones que en diferentes períodos de la historia se ha tenido sobre la vestimenta de campaña de nuestros próceres? Si se está ante los zapatos del Libertador, no hay nada más que expresar sino asombro. Así se transforma un objeto cotidiano, con una inmensa riqueza intrínseca, en un objeto de culto, disminuido ante la anécdota.


LÉVI STRAUSS, Claude. 1976. Elogio de la antropología, Ediciones Caldén, Buenos Aires, 107 pp.
MOLES, Abraham. 1975. Teoría de los objetos, colección Comunicación Visual, Editorial Gustavo Gili, Barcelona; 191 pp.

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